Se empiezan a escuchar voces diciendo que el equipo de los Estados Unidos va a dominar la Ryder Cup durante la próxima década. Los argumentos me suenan muy conocidos: un equipo más joven, con más talento, mejor clasificado en el Ranking Mundial de Golf y más torneos grandes en sus vitrinas.
Argumentos que así a vuela pluma parecen contundentes. Olvidamos con cierta facilidad que Europa no siempre ha tenido el equipo más talentoso. Ni siquiera, con la mejor clasificación en el ranking y, por supuesto, no hay más que tirar de historial, los norteamericanos acumulan más grandes. Todo esto, en los últimos años donde el equipo europeo ha dominado los enfrentamientos bienales.
Bajo mi humilde punto de vista, no parece que sean esas las razones de la victoria estadounidense. Más bien, creo que hay otros argumentos a tener en cuenta. Steve Stricker, con sus seis elecciones, ha apostado por el cambio generacional dejando fuera a vacas sagradas del pasado y llamando a filas a jóvenes talentos a los que poco les ha importado su escasa experiencia en esta competición. Ha conseguido, dejándolos a su aire y promoviendo pequeñas sociedades, formar un equipo rocoso y competitivo. Algo que sus predecesores no consiguieron con jugadores de mayor talento y un ego insufrible.
Por su parte, Padraig Harrington tomó la decisión de apostar por la experiencia de Poulter y Sergio más el talento de Lowry. El inglés no ha estado a la altura esperada. Junto a él, Casey, Westwood y McIlroy, desaparecidos. Cuatro jugadores que han sido puntales en gestas pasadas.
El resto del equipo, unas veces lastrado en sus emparejamientos con estos cuatro y, en otras ocasiones, sucumbiendo ante el empuje de los estadounidenses, no han dado muestra de su verdadero nivel. Aun así, tanto Hovland como Lowry, y Hatton han mostrado saber competir y serán importantes en el futuro.
Volviendo al capitán Harrington, tampoco ha estado muy lúcido en sus decisiones y emparejamientos. Puede dar gracias a Jon y Sergio que, con su gran juego, estuvieron impresionantes, si exceptuamos sus enfrentamiento individuales donde todo estaba decidido de antemano. De no haber sido por ellos, el resultado hubiera sido aún más humillante. El irlandés tampoco tiene el carisma de los últimos capitanes. Nada que ver con Thomas Bjorn, Paul McGinley y, por supuesto, José María Olazábal, los últimos capitanes victoriosos, e incluso Darren Clarke que fue derrotado en Hazeltine, mucho más queridos y respetados por sus compañeros que Padraig.
Hasta aquí el presente. En 2023, en el Marco Simone Golf, las cosas no tienen porque parecerse a lo acaecido en Whistling Straits. El joven talento europeo, los mencionados Lowry, Hatton y Hovland más los hermanos Højgaard, por poner un ejemplo, la posible elección de Francesco Molinari, si no estuviera clasificado, acompañados por Jon Rahm, el incombustible Sergio García, más el talento de Rory McIlroy, pueden formar un núcleo fuerte para competir de tú a tú con los estadounidenses. En una Ryder Cup de poco valen las clasificaciones y los trofeos conseguidos. Ha sucedido con anterioridad y volverá a suceder.
Lo de Whistling Straits ha sido solamente una derrota, solo eso.