El sábado por la tarde los foursome dejaron claro que el equipo europeo no iba a permitir ningún susto en una Ryder Cup que los estadounidenses habían marcado en rojo en su calendario.
La jornada de los partidos individuales comenzó con el mismo resultado que la de Medinah, 10 – 6, merced a la impresionante reacción de los europeos que, finalmente, trajo la copa al viejo continente.
No hubo milagro en Gleneagles. Históricamente el equipo de los Estados Unidos ha sido una conglomeración de estrellas que se unía para este evento. Durante mucho tiempo les fue bien. Las últimas tres ediciones no tanto. El equipo americano fue un conjunto sin alma. Tan sólo el novato Patrick Reed puso algo de fuerza y garra sobre las calles de Centenary Course. El resto, no fueron capaces de dar el golpe de autoridad necesario para levantar un resultado tan adverso.
Por el contrario, los europeos salieron con la lección bien aprendida. El número uno, del mundo, Rory McIlroy, ejerció como tal y barrió a un desdibujado Fowler. La misma garra que mostró GMac con Jordan Spieth a quien recuperó una buena ventaja no dejando respirar a otro de los novatos del equipo norteamericano.
Kaymer y Donaldson rayaron a gran altura frente a Watson y Bradley. Poulter, siempre en lo suyo, batallando hasta el final.
No quiero olvidarme de Sergio García. Le han llovido los palos en esta Ryder. Sin embargo, el de Castellón no ha decaído. Quizás, no mostró su mejor juego, pero peleó cada golpe, no se rindió nunca y tuvo el premio de que buscaba: callar a tanto bocazas que por mucho que tenga más de un grande en su vitrina no tiene el respeto debido al número tres del mundo.
Al final, otra Ryder más para la buchaca europea.