Seguro que los componentes de la Honorable Compañía de Golfistas de Edimburgo, que en 1891 trasladaron su hogar desde Musselburgh hasta Muirfield, jamás pensaron que un muchacho originario de las playas de California sería feliz una tarde de julio, ciento veinte años más tarde, levantando una jarra de clarete delante de su casa club.
Eso es Phil Mickelson, básicamente, un muchacho de California que juega al golf. Un muchacho que honra a su familia. Primero, jugando a zurdas. El es diestro, pero aprendió viendo a su padre e imitó su swing como si estuviera delante de un espejo. Segundo, anteponiendo su familia al golf, como ha demostrado en múltiples ocasiones, con motivo de la enfermedad de su esposa, como ejemplo más claro.
Pero ni por un momento piensen que no honra el deporte que tanto ama. Quizás, sea uno de los jugadores que más lo hacen. Sobre todo, desde su juego. Pocos hoy en día interpretan el golf como lo hace él. La mayoría de los jugadores se colocan delante de la bola e intentan pegar lo más fuerte posible. “Lefty” se coloca delante de la bola y analiza el hoyo, lo mira, lo siente y después ejecuta el golpe que más se adecua en cada momento. Si luego, por un azar del destino, la bola no termina en la alfombra del green, nos deleita con una gama de golpes de aproximación que esta sólo al alcance de aquellos privilegiados tocados por la varita del destino.
Mis compañeros de nuestro periódico hermano especializado en recursos humanos, www.rrhhdigital.com, publican una sección donde preguntan a los ejecutivos de la grandes empresas que es el talento. Trasladando la pregunta al mundo del golf la respuesta es sencilla:
Talento es Phil Mickelson.
