Los bellos paisajes de Portugal, unidos a sus magníficos campos de golf, han conseguido que el país luso se haya hecho con el premio a ‘Mejor Destino de Golf’ en los World Golf Awards celebrados recientemente.
Jugar al golf en Portugal es una experiencia que permanece en la memoria de quienes la viven, gracias al clima suave todo el año y a la hospitalidad con la que se recibe a los golfistas.
Es la cuarta vez, desde el pasado 2014 y 2017 como el mejor destino del mundo para jugar al golf, ya cuenta con una gran variedad de campos con las mejores características para los diferentes niveles de dificultad.
Son casi noventa campos en todo el país (57 de 18 hoyos y 9 de 27 hoyos), con trazados variados.
Muchos de estos campos han sido diseñados por arquitectos famosos, como Robert Trent Jones Jr., Jack Nicklaus, Arthur Hills, Nick Faldo, Severiano Ballesteros, Henry Cotton, Rocky Roquemore o Arnold Palmer, responsable del galardonado Oceânico Victoria, en donde se celebra el Portugal Masters desde su primera edición en 2007. Todos tienen en común la calidad medioambiental y una perfecta integración en su medio natural.
Entre todos sus diseños destacan los hoyos del Royal Óbidos Golf Course, Monte Rei Golf & Country Club, Tróia Golf, Estela Golf Club, Vidago Palace Golf Course, West Cliffs Golf Links, Oitavos Dunes o Batalha Golf Course.
El Algarve y la costa de Lisboa son destinos muy famosos entre los jugadores más experimentados. Ambos recibieron premios internacionales en varias ocasiones. Y ambos son el escenario de las grandes pruebas de los circuitos profesionales, igual que los campos de Madeira. En las Azores también se puede jugar al golf en un ambiente rural. Pero fue en la región de Porto en donde empezó todo, ya que en Espinho se encuentra el segundo campo más antiguo de la Europa continental.
El mayor desafío es evitar que la belleza y la luz de los paisajes circundantes no rompan la concentración en el juego, al que se unen greenes con vistas al océano y rodeados de acantilados y dunas de arena blanca. Y otros enmarcados entre lagos y montañas en donde el olor de las flores y las hierbas se mezclan hasta resultar imposibles de distinguir.