Tenía un encargo de mi padre. Lo último que me dijo antes de salir de viaje el lunes fue…»no te olvides de darle recuerdos a David Hill del R&A. Si le ves, dile que me acuerdo mucho de él»…. Nada de… »dale recuerdos a Sergio y a Víctor, o saluda a Gonzalo, Rafa o a José Marí de mi parte…», como hacía siempre. Y allá iba yo, contra viento y marea, camino de cumplir su encargo.
Las oficinas del R&A para el torneo son unos portátiles de construcción y están ubicados junto al tee del hoyo 1, muy cerca de la Casa Club y en un punto de cruce importante. Tremendas medidas de seguridad que me obligan a mostrar mi credencial en todo momento.
Y por fin llego al ‘Tournament Office’, y pregunto por Mr. David Hill a una simpática y dicharachera secretaria que ahí estaba. Tras esperar unos breves instantes mientras desaparecía en el laberinto de pasillos y oficinas y regresaba, me confirma que no está, pero que regresará pronto. Decido ir al putting green mientras y, al abrir la puerta para salir, me encuentro de frente con la persona a la que iba a visitar. Saltaba a la vista. Acreditación, etiqueta con el nombre y su imagen reconocible por las muchas fotos en el Programa Oficial del Open.
Sin mediar palabra ni presentación, me mira, mira mi acreditación y me dice…. ‘So you are the son of the Running Captain’….. con una sonrisa afable. Yo, alucinado. Ni me preguntó quien era. Me invitó a entrar a su despacho y durante quince minutos me contó batallas y anécdotas con el Jefe. Más alucinado aún. El día previo del Open, el hombre mas atareado en ese momento me dedicó quince minutos para hablar del British Boys, del Commercial Union Junior World Cup, de José María Olazábal, de Jesús López Moreno, de Sergio García y de tantos y tantos grandes jugadores aficionados, hoy día ya profesionales, que habían estado a las órdenes de mi Padre como Capitán.
De cómo mi Padre con su sempiterna boina escocesa corría por todo el campo para seguir a sus chicos, ya fuera en Gullane, Muirfield, Royal Birkdale, o cualquier otro campo emblemático en donde se disputara el torneo.
De cómo mi Padre era la admiración del resto de capitanes. De cómo durante casi una década fue elegido capitán del equipo de Europa Continental para el match contra Gran Bretaña e Irlanda.
De cómo su manera de dirigir, enseñar, educar y de ayudar a los integrantes del equipo Nacional le había granjeado la admiración de sus colegas de toda Europa.
Y de cómo un buen día, en un British Boys, con un día de esos de lluvia ‘cats and dogs’ como dicen por las islas, mientras todos se resguardaban en la cafetería de la casa club, mi Padre con su traje de aguas corría y corría de un lado para otro buscando bolas, animando y siguiendo a sus »hijos» españoles. Tanto y tanto corría que sus colegas, con un buen vaso de Scotch Whisky en la mano, le bautizaron como el ‘Running Captain’. Y así le quedó el sobrenombre.
Tras despedirme de David Hill, salí de las oficinas. Paseé hasta la playa de Saint Andrews (la de ‘Carros de fuego’ con música de Vangelis), me senté en una duna, y me puse a pensar. Pensaba en todo lo que acababa de hablar. Me imaginaba cada escena que Mr. Hill me había relatado. Y me sonreía al imaginar a mi Padre corriendo de hoyo en hoy, mientras el resto de capitanes se calentaban junto a la chimenea y enrojecían sus narices y pómulos de tanto whisky. Mi Padre no probó jamás el acohol, ni siquiera un albariño, a pesar de ser gallego de pro. Quizá por eso corría y corría.
Recordé la famosa anécdota con Byron Nelson y José María Olazábal en el play off de la Copa del Mundo Junior 1982 en Atlanta. Recordaba como me despertó con diez años a las cinco de la madrugada para ver ganar a Paquito Fernández Ochoa la medalla de oro en Sapporo 1972 (luego Paquito QEPD sería un gran amigo en mi época en Coca Cola y se partía de risa cuando se lo contaba). Años después, con catorce, nos llevaría a nuestro primer viaje de esquí a Los Tres Valles, Courchevel, Meribel, Les Menuires y Val Thorens, uno de los mejores dominios de esquí de Europa. Y dormimos en la casa del Director de la Escuela de Esquí (¡Diablos cómo lo conseguiría!).
O cómo me metió en un Optimist con siete años para que aprendiera a navegar… »todo buen gallego debe saber navegar a vela…», me decía. Y acabé regateando en Clase Crucero.
O cómo nos llevaba a Puerta de Hierro todos los domingos a clase con José Rubio ‘Wilson’, a mis hermanos Manolo, Ana y Paloma y a mí, pues Yago tenía una clase especial por ser más aventajado. Para acabar siendo profesional.
O cómo íbamos por las tardes al hipódromo y me enseñaba a reconocer a un buen caballo por su ‘canter’ (equivalente al swing). Había heredado la afición de mi abuelo Ramón, otro gran tipo y uno de los mejores criadores de caballos de pura sangre de España.
Todo lo que hacía lo hacía con amor, cariño y dedicación. Reconocía a quien podía y a quien no sólo con un vistazo. Sabía de fútbol (miembro del Club de los 100 del Real Madrid con el número 67 aunque el Celta le tiraba por la tierra). Sabía de rugby, sabía de baloncesto…. Jo, es que veía hasta el curling en las retransmisiones de los JJ. OO. de Invierno.
No sé cuanto tiempo me tiré allí, en la duna de la playa de Saint Andrews. Debió de ser mucho, pero se me hizo un instante. Regresando entré en un pequeño barecito para tomar una cerveza (no heredé esto de mi padre) y vi colgado en el tablón un recorte de periódico con fotos de Seve y Chema (había jugado con Seve, que le respetaba) y había descubierto a Chema, que durmió en mi casa cada vez que pasaba por Madrid durante casi cinco años. Chema fue siempre su predilecto y en casa le consideramos como a un hermano. Grandes discusiones de fútbol viendo los partidos del Celta y la Real Sociedad con mi abuela Balela.
Había también uno con la victoria de Darren Clarke en Royal St. George´s en 2011, que me llamó la atención poderosamente. Decía, más o menos: ‘All good things happen to those who wait’ (todas las cosas buenas les suceden a los que saben esperar).
Y yo tuve que esperar hasta 2015 para entender la trascendencia más allá de nuestra fronteras, más allá del deporte, que mi Padre tuvo para con tantas personas de países, razas, lenguas y vidas diferentes. A todos ellos les impactó. Y en todos ellos produjo la misma sensación. Jamás nadie me ha dicho nada malo o hablado mal de mi Padre. Yo también, a mi manera, como Darren Clarke, había tenido que esperar, pero recibí algo grandioso.
Hay personas que nunca deberían dejar este mundo. Hay personas que deberían ser inmortales y habitar entre nosotros para siempre, pues su obra y su influencia hacen que el mundo mejore, que nos relacionemos mejor y que todos avancemos.
Mi Padre fue una de estas personas. Una de esas que siempre tenía una sonrisa para ti, y esa sonrisa te hacía sonreir a su vez. Dicen que la sonrisa es el lenguaje de las personas inteligentes. Sin duda, mi Padre lo era. Por eso nunca se benefició del mundo, pues los inteligentes lo crean y lo desarrollan y los listos se aprovechan. El era Inteligente. Nunca se aprovechó de nada ni de nadie.
Este fin de semana me he sentido, nos hemos sentido, abrumados. Toda la familia. Gracias a todos sin excepción por vuestro cariño y admiración hacia el Jefe, Capitán y Padre. Sólo espero que podamos ser dignos del legado que ÉL nos dejó.
See you soon, Running Captain.
Álvaro Beamonte
1 comentario en «Manolo Beamonte, ‘The running captain’: el recuerdo de Álvaro Beamonte a su padre»
Gracias Álvaro por tus palabras hacia tu padre que han hecho que vuelva a rememorar todos esas virtudes que poseía. Tuve la suerte de compartir con él muchos de esos momentos que describes y de poder aprender de sus enseñanzas. Suscribo como dices que hay personas que deberían estar siempre entre nosotros. Por suerte para todos dejó un gran legado tras de sí y se le recordará para siempre. Un fuerte abrazo a toda la familia y amigos.
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